viernes, 20 de mayo de 2011

La Seaflower desflorada de Banana Republic a Hydrocarbon Republic

 

Por: DharmadevaSANANDRES 2
SI NOS DEJAMOS, LA LOCOMOTORA que nos precipita de Banana Republic a Hydrocarbon Republic arrollará a su paso la Reserva Seaflower que protege la vida en el Caribe, donde reposan las islas mayores de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, así como las islas menores East South East Cay, South West Cay, Roncador y Serrana, Quitasueño, Bajo Nuevo, Bancos de Serranilla, Alicia y otras.

 

Estos ecosistemas de alta productividad poseen las extensiones más importantes de ecosistemas coralinos del territorio nacional y del hemisferio occidental. Pero el hecho de que sean una fuente extraordinaria de vida diversa y abundante es una incomodidad para los políticos y las multinacionales, cuyo lema “petróleo antes que vida” se parece a los ripios del himno nacional.

Dos de los defectos más odiosos de la especie son la codicia y la estupidez, y cuando van juntos su poder depredador no tiene límites. Observemos.

Dice la Agencia Nacional de Hidrocarburos que los contratos para la exploración petrolera en el archipiélago —declarado por la Unesco reserva de la biosfera— ya están concedidos y no pueden reversarse. También aclaran luego, y mañosamente, que la exploración se hará aguas afuera, como si cuando el niño se orina en un rincón de la piscina no quedara toda el agua pipiseada. ¿Nunca habrán visto un mapa de corrientes marinas? ¿Se olvidan, como dice Jaime Arocha hace unos días en este diario, que “ese ‘afuera’ desconocería que en lo espacial y social, a lo largo de la historia, el Caribe ha sido una región interconectada”? ¿Acaso les preguntaron a los raizales herederos de estas tierras y estos mares si querían que la Repsol de España y “nuestro” Ecopetrol les perforaran las entrañas? ¿Ya se les olvidó el derrame de petróleo a muy pocas leguas marinas de distancia?

Y los depredadores codiciosos y estúpidos se pasan por la faja: la declaración de la Unesco (la educación, la ciencia y la cultura, esas atravesadas en los rieles del progreso), la voluntad de los raizales cuyos derechos contempla la Constitución (otro travesaño estorboso), el bienestar de los pescadores artesanales de las islas que se han defendido literalmente contra viento y marea de la venérea del narcotráfico, la belleza infinita de los siete colores al que quieren ahora añadirle el luctuoso negro de peces, manglares y pájaros cubiertos de “oro negro”. Vaya sinónimo de muerte por asfixia.

San Andrés, apabullado por comerciantes, mercenarios y turistas que han acallado la voz de sus raizales, debe servir de ejemplo en contravía. Pero Old Providence y Saint Catherine siguen luchando por proteger sus tesoros para todos: su cultura, su gente, sus corales, sus palmeras de rastas y su mar generoso, y como ciudadanos que somos del planeta es deber apoyar, como cada uno pueda, su justa lucha. Perder, en estos momentos de la tierra destruida, el paraíso natural de Providencia a manos de los vampiros en busca de energías no renovables, es perder una batalla cósmica que compromete como símbolo el futuro de la especie como hoy la conocemos. ¿Exageramos? Dese una buceadita en el golfo de México.

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