Bajo el lecho del río Ranchería se esconde un tesoro: 500 millones de toneladas de carbón. Los dueños de El Cerrejón quieren mover el cauce 26 kilómetros para que no altere sus planes. A muchos guajiros y wayúus la idea no les cuadra.
Una de las preguntas que genera el proyecto es si al alterar el lecho y las aguas subterráneas se corre el riesgo de una crisis ambiental. /Fotos: Daniel Gómez
Una de las preguntas que genera el proyecto es si al alterar el lecho y las aguas subterráneas se corre el riesgo de una crisis ambiental. /
El río
Los chorritos de agua que se escurren del páramo de Chirigua, en el flanco este de la Sierra Nevada, se van juntando en su camino. Caen a saltos desde una altura de 3.875 m.s.n.m. en busca del mar, que está lejos, a 248 kilómetros. Arroyos menores, provenientes de la Serranía del Perijá, se les unen para atravesar juntos un territorio sediento. A ratos les hacen sombra los trupillos.
El nombre que han recibido quizás sea lo menos importante de esta historia. Cosas de hombres. Río Yaro, río Hermo, río de La Hacha, río Seturma. Últimamente, río Ranchería. Un accidente menor para un ritual de la naturaleza que, como lo conocemos hoy, existe hace al menos cinco millones de años.
No todo el año el Ranchería alcanza el mar. Si no llueve con furia, como en estos últimos meses de temporada invernal, la corriente de las aguas no es suficiente para salvar el lecho poroso, los rayos de sol que lo evaporan, las múltiples derivaciones y canales que le roban agua, la tarea de regar las tierras guajiras dedicadas a la agricultura, la sed de los animales, las tareas de los humanos.
Son más de 50 tipos de peces los que nadan en sus aguas: macabíes, sábalos, guabinos, agujetas, rayados. Los pescadores artesanales, por el tamaño de sus canoas, son los únicos que pueden navegar los meandros para pescarlos. Cada mañana adornan el plato de decenas de guajiros. Es el sabor de una cultura milenaria.
Un tesoro en el lecho
Cerca al delta se encuentra la antigua población indígena de San Antonio de Padua de Orino. Vicenta Siosi, como el resto de su comunidad, prefiere llamarla Pancho. Así no más. Vicenta es wayúu. Estudió Comunicación Social en la Universidad de la Sabana. Luego trabajó por varios años como periodista en la región. Luego abandonó el periodismo por la literatura. Uno de sus cuentos, “Esa horrible costumbre de alejarme de ti”, cuenta la historia de una niña wayúu que es arrancada de su ranchería y enviada a la ciudad. Su historia y la de decenas de indígenas.
Es domingo en Riohacha y las calles están desoladas. En la entrada de la iglesia principal se arremolina un grupo de mujeres wayúu, ataviadas con mantas negras, calzando wairriñas. Están de luto por algún pariente de la ciudad.
Vicenta cuenta que su tía, la autoridad de Pancho, fue invitada a mitad de año a conocer la mina de El Cerrejón en compañía de otros líderes wayúu. La mina a cielo abierto más grande del mundo. Esa fue la primera noticia que recibieron de las intenciones de El Cerrejón: desviar el río Ranchería unos 26 kilómetros de su cauce natural porque bajo su lecho se encuentra un gran trozo de carbón.
“Les dijeron que no se iba a secar, que siempre correría el agua. Mi tía tomó una sabia decisión. Les dijo que no iba a firmar nada si antes no le contaban eso mismo a toda la comunidad de Pancho”, relata Vicenta. Si la decisión estuviera en sus manos la habría tachado de plano: “es el único río, no hay más río. Imagínese usted, es la vida”. Cuenta Vicenta que con el barro del río las niñas wayúu construyen muñecas. Es un ejercicio que va preparando sus manos para una tarea más delicada: tejer hermosas mochilas y chinchorros. Una muestra de que el río también arrastra toda una cultura.
En los documentos de El Cerrejón se conoce el proyecto como P500. Los geólogos contratados por la mina calculan que al menos 500 millones de toneladas de carbón se esconden bajo el lecho del río. Un carbón fino que podría cotizarse a precios más altos que el que sale cada día, primero en el tren que recorre una vía de 150 kilómetros y luego en barco, rumbo a Europa y Estados Unidos.
Dentro del proyecto de expansión minera que al parecer se han trazado las directivas de El Cerrejón, se busca incrementar la producción actual, que ronda los 30 millones de toneladas, a 60 millones de toneladas para el año 2033. Ese año vence la concesión y tendrán que devolver la mina a la nación colombiana. Cualquiera intentaría sacar el máximo provecho posible. Pero uno de los obstáculos es algo que nadie previó cuando se firmaron los contratos: el río Ranchería.
Si bien es cierto que desde 1978 se tiene conocimiento de este yacimiento, la tarea se ha aplazado por la complejidad técnica que implica llevarla a cabo y por los delicados trámites administrativos para lograr una licencia ambiental. Por supuesto, también está el inconveniente de lograr la aprobación de las comunidades indígenas, que, por ley, deben dar su visto bueno a través de una consulta previa.
Política de buenos vecinos
Se suponía que un palabrero de nombre Andrónico nos recogería en la madrugada del lunes para tomar fotos del río, visitar rancherías y conocer la opinión de algunos habitantes asentados a la orilla del río. A última hora, 3:00 a.m, Andrónico llamó para avisar que no podría cumplir con la tarea, pero delegó a Lucho, familiar de María Apushava. En su ranchería, a unos 15 minutos por la carretera que conduce de Riohacha a Albania, María y sus hijas viven del comercio de tejidos y también de la curiosidad de los turistas que viajan hasta allí para conocer su cultura.
Lucho, ¿usted qué opina del proyecto de desviación del río? Con un marcado acento guajiro, mientras arranca algunas uvas del racimo que esconde en una bolsa sobre el tablero de la camioneta, responde: “si nos van a dar cualquier basurita, pues no estoy de acuerdo. Pero sí podríamos aceptar negociando”. No le ha resultado un asunto fácil tomar partido. Los wayúu aparecen divididos en las reuniones que desde hace varios meses organizan los equipos de la mina que tienen a cargo el contacto con la comunidad.
Lucho, como muchos otros wayúu, creció viendo pasar un tren con toneladas de carbón frente a sus narices. Vio cómo algunos guajiros se enriquecieron y otros siguieron en la miseria. Él quiere estar del lado de las oportunidades. Como cuando traer pimpinas con gasolina del lado venezolano resultaba un buen negocio. Pero confiesa que le remuerde la conciencia ver a las mujeres de su comunidad tratando de hacer respetar el río. Verlas hablar con vehemencia. Luchando. En especial a Adelaida Van-grieken.
La maestra
“Adelaida es indomable. Adelaida es muy dura”, eso es lo que le han dicho a Adelaida que dicen de ella en la mina. Y se ríe, porque sabe que es cierto. Es maestra. Una tarea que cumple con devoción. Como si fuera la única arma que le quedara para mantener viva una cultura que se ha enfrentado a todo: narcos, paracos, guerrilla, multinacionales, contrabando, otras lenguas, otros valores.
Para Adelaida, esta historia comenzó hace unos siete años, cuando un señor que decía ser representante del Gobierno los visitaba para hacer “una encuesta y conocer su cultura”. Cansada de las visitas periódicas y sospechando que algo raro había en eso, un día quiso asustarlo y le dijo: “me vas contestando qué es lo que haces o te zampo este tablazo y te arranco las mechas. ¿Qué es lo que quieres, por qué tanto interés?”.
Por allí no volvió el hombre. Según Adelaida, este año descubrió que trabajaba para Ingetec, una de las firmas consultoras de El Cerrejón. No parecen equivocados los recuerdos de Adelaida. En 2005, la firma Ingetec realizó los diseños de ingeniería y estudios ambientales y socioeconómicos para el proyecto de modificación del cauce del río Ranchería, asociado con la expansión de la mina de El Cerrejón.
Curiosamente, en los años siguientes los wayúu dicen haber notado un cambio en las relaciones con la mina. Lo que antes funcionaba como una república independiente cambió lentamente a una diplomacia de puertas abiertas. Adelaida dice que en alguna reunión a la que asistió, en la que “nos dieron un desayuno de ministro”, los representantes de la mina les dijeron: “queremos guardar las mejores relaciones como vecinos, queremos que tengan otra imagen de nosotros”. De hecho, en un documento interno de El Cerrejón, conocido por El Espectador, se plantea como uno de los retos del proyecto el “mejoramiento de percepción pública e imagen de actividades de minería, transporte y exportación de carbón”.
Este año Adelaida ha asistido a tres reuniones entre representantes de la mina y los wayúu. En una de esas reuniones, la de julio en el municipio de Maicao, se enfureció como nunca. Al mejor estilo de la Iglesia católica, que adoptó el teatro como uno de sus principales medios de adoctrinamiento y defensa de la fe durante toda la Conquista, ese día les fue presentada una obra a los líderes wayúu en la que, según Adelaida, se representaba el trasteo de los animales y el río a otro lugar como algo positivo y sin problemas.
“Así le manejan la parte psicológica a muchos wayúu que son ignorantes”, dice Adelaida, y el recuerdo la altera: “¿cómo nosotros lo vamos a entregar para que sea destruido? Sin tierra somos nada. Sin agua somos nada. Es nuestra vida. La vida de nuestros hijos. El legado de los antepasados”.
Otras opiniones
Sira Eneida Ortiz, una líder de la comunidad de Hato Nuevo, explica que una de las solicitudes que le han hecho a la mina es que aporte el dinero necesario para contratar un estudio independiente. Ese fue el último tira y afloje. Los wayúu querían encargarlo a la Universidad Nacional. Pero según estas versiones, El Cerrejón sólo aceptaría a la Universidad del Norte.
Manuel Sierra, un exdiputado de la Asamblea de La Guajira y exsecretario de la Gobernación, no ve con buenos ojos el secretismo con que la mina maneja el proyecto; tampoco “que la empresa está creando espacios para hacer aparecer que todo el mundo apoya el proyecto”.
Álvaro Romero, director de la Cámara de Comercio de La Guajira, como muchos del gremio que representa, están preocupados por el impacto que tendría el P500: “ese proyecto no es beneficioso para La Guajira. Si ellos hacen minería responsable por qué proponen algo así”.
¿Qué dicen los expertos?
Es difícil que un experto opine sobre el tema sin conocer los detalles del proyecto y las características del río. Hecha la salvedad, Mónica Sanz, del Instituto de Estudios Ambientales de la Universidad Nacional, apunta que “los ingenieros civiles más expertos dicen que mover un río es una de las cosas de las que después se arrepienten toda la vida. Los cauces de los ríos tienen su razón de ser, son formaciones geológicas de millones de años. Son muchísimos los casos en el mundo que parecen ser exitosos, pero los ríos tarde o temprano reclaman lo que les han quitado”. Más de cuatro millones de colombianos lo aprendieron a la fuerza este año por cuenta de las inundaciones que vivió el país. Sanz explica que la preocupación no es sólo el agua superficial sino las aguas subterráneas que mantienen con vida al río cuando llega la época de verano. En su opinión, en un caso como éste, la evaluación ambiental la debería realizar una entidad independiente.
Eduardo Bravo, ingeniero civil especialista en ingeniería de ríos, aclara que en el mundo son muchos los proyectos para desviar ríos, porque por lo general traen algún beneficio, pero advierte que “cada caso es particular. Cada río es diferente”. Coincide con su colega Sanz en que la clave para dirimir cualquier disputa está en quién y cómo se hace el estudio de impacto ambiental, porque en estas evaluaciones es fácil decir lo que se quiere decir si no se hace de forma independiente.
“La vulnerabilidad asociada al desvío del río puede evaluarse en términos de pérdidas de vidas, impactos en la salud, daños a la propiedad, pérdida de bienes y servicios, interrupción social y económica y daño ambiental”, explica Leonardo Alfonso Segura, experto en hidroinformática y modelaje de inundaciones del Instituto de Agua de la Unesco en Holanda: “a mi modo de ver, todas estas vulnerabilidades se pueden reducir con soluciones técnicas llevadas a cabo correctamente, con excepción de la afectación cultural de las comunidades indígenas asentadas allí, las cuales seguramente tienen todo tipo de lazos culturales, ancestrales con el río”.
Dice que la afectación ambiental es también muy difícil de establecer: “ya de por sí es incierto el comportamiento de las aguas subterráneas y el balance hidrológico de la región con el río en su estado natural; es aún más incierto saber cómo serán estos comportamientos cuando el río se desvíe, especialmente en el marco de los cambios atmosféricos que estamos viendo en el planeta”.
El Espectador quiso conocer los detalles del proyecto y la opinión de los expertos de El Cerrejón. Aunque desde el 2 de diciembre solicitamos una entrevista, esto no ha sido posible. El desvío de un río como el Ranchería parece ser un asunto que trasciende la opinión de las comunidades asentadas en sus márgenes. También les incumbe a los que llevan desde lejos sus chivos a beber agua, a los pobladores de Riohacha, a los guajiros y al resto de los colombianos.
http://www.elespectador.com/impreso/vivir/articulo-317964-trasteo-de-un-rio-guajira
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